Eucaristía «Morir de Esperanza» 2021

Eucaristía Morir de Esperanza 2021Coincidiendo con la 107ª Jornada Mundial del Migrante y Refugiado (véase el especial web de la Vicaría de lo social), la Comunidad de Sant’Egidio en Madrid y la Mesa por la Hospitalidad celebramos el Domingo 26 de Septiembre a las 19 h., en la Iglesia Nuestra Señora de las Maravillas, la Eucaristía “Morir de Esperanza”, que estará presidida por el cardenal Osoro, contará con la participación musical del coro de la asociación Karibu.

Esta eucaristía recuerda a quienes han perdido la vida en busca de un futuro mejor, huyendo del hambre y de la guerra. Ante la “globalización de la indiferencia” que provoca que miles de personas, muchos de ellos niños, mueran cada año ahogados en el mar en su intento por llegar a Europa , este recuerdo quiere ser un momento de oración, memoria y compromiso ante el drama provocado por las políticas de fronteras basadas en los muros casi impenetrables. Este año ha sido particularmente duro en la denominada “Ruta Canaria”. Muchas personas han muerto en el océano Atlántico intentando acceder a Europa a través de las costas de las islas canarias. También en otras rutas de la muerte como es el Mediterráneo central. En la liturgia recordaremos sus nombres e historias, con el compromiso de seguir trabajando por el derecho a la vida y el futuro de las personas migrantes y refugiadas.

ENCUENTROS EN LA MOVILIDAD HUMANA 2021 – Materiales

Encuentros en la Movilidad Humana 2021
MATERIALES

Encuentros en la Movilidad Humana 2021Organizados por Cáritas Española, los Encuentros en la Movilidad Humana 2021 se celebraron -en línea- entre el 23 de febrero y el 4 de marzo de este año. Ofrecemos aquí los materiales de las distintas ponencias, paneles, mesas, etc.

ÍNDICE (pulsa en los enlaces para ir a esa parte de la página)

SESIÓN 1. CLAVES PARA SITUARNOS HOY ANTE LA MOVILIDAD HUMANA: Panel.

SESIÓN 2. CLAVES PARA SITUARNOS HOY ANTE LA MOVILIDAD HUMANA: Mesa Redonda.

¿Cuál es la posición de Cáritas ante la realidad de la Movilidad Humana?

Con luces largas: ¿qué retos se plantean en nuestra acción social?

SESIÓN 3. FORMACIÓN JURÍDICA. LAS NUEVAS INSTRUCCIONES DICTADAS POR LA DIRECCIÓN GENERAL DE MIGRACIONES EN 2020

SESIÓN 4, 1ª parte. NUESTRO TRABAJO ABRE CAMINOS. EXPOSICIÓN DE RECURSOS, MATERIALES, Y HERRAMIENTAS.

SESIÓN 4, 2ª parte. NUESTRO TRABAJO ABRE CAMINOS. EXPERIENCIAS Y BUENAS PRÁCTICAS CONFEDERALES.

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SESIÓN 1. CLAVES PARA SITUARNOS HOY ANTE LA MOVILIDAD HUMANA: Panel

Visión regional desde África. Fanny Curet. Programa Regional Movilidad Humana. [Junto al vídeo, ver también el Power Point en este enlace (se abre en otra ventana)]


Visión regional desde Centroamérica. José Luis González. Servicio Jesuita Migrantes. [Junto al vídeo, ver también el Power Point en este enlace (se abre en otra ventana)]


Realidad del tránsito en la Frontera Sur. Alvar Sánchez. Delegación Diocesana de Migraciones de Nador (Marruecos).

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SESIÓN 2. CLAVES PARA SITUARNOS HOY ANTE LA MOVILIDAD HUMANA: Mesa Redonda
Babacar Diakhate (Cáritas Mallorca) – Rosa Prieto (Cáritas Orihuela-Alicante) – Mariano Pérez de Ayala (Cáritas Sevilla) – Ana mª Villariezo (Cáritas Bizkaia)

¿Cuál es la posición de Cáritas ante la realidad de la Movilidad Humana?

¿Es cierto que en Cáritas damos más atención a las personas migrantes que a las locales, incluso sin ser cristianas? ¿Por qué?

«Inmigración sí , pero que sea legal”. ¿Estamos de acuerdo en Cáritas con esa frase?

¿En que medida esta situación que vivimos contribuye a alimentar los miedos y la visión utilitarista de las personas migrantes?

Respuestas a las preguntas de los asistentes.


Con luces largas :¿qué retos se plantean en nuestra acción social?

¿A tu juicio: ¿cuáles son las 3 principales cuestiones a las que Cáritas se enfrenta en estos momentos con relación a la movilidad humana?

Mirando nuestra acción social: ¿qué tenemos que adaptar, mejorar, incorporar para responder mejor a los retos que nos plantean las personas migrantes a las que atendemos.? ¿Qué perfiles de agentes necesitamos?

¿Qué creéis que no estamos sabiendo o pudiendo ofrecer a las personas que llegan a nuestros servicios?

Respuestas a las preguntas de los asistentes.

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SESIÓN 3. FORMACIÓN JURÍDICA. LAS NUEVAS INSTRUCCIONES DICTADAS POR LA DIRECCIÓN GENERAL DE MIGRACIONES EN 2020
Grupo jurídico – Nivel técnico mixto

PowerPoint general sobre esta sesión: pulsa este enlace (se abrirá en otra ventana).

Instrucción 4/2020. Flexibilización de medios suficientes en la tramitación de autorizaciones de residencia por reagrupación familiar.


Instrucción 6/2020 sobre procedimientos iniciados relativos a arraigos sociales en el contexto de la COVID-19.


Instrucción 8/2020 residencia en España de progenitores extranjeros de menores comunitarios o españoles.


Respuestas a las preguntas de los asistentes.

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SESIÓN 4, 1ª parte. NUESTRO TRABAJO ABRE CAMINOS. EXPOSICIÓN DE RECURSOS, MATERIALES, Y HERRAMIENTAS.

Prontuario de actuación para acogidas parroquiales. Pablo Genovés, Vicaría episcopal para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación (Madrid)

    • Véase la última edición en esta misma página web: pulsa aquí.
    • O véase lo mismo en la web de la Mesa por la Hospitalidad: pulsa aquí.
    • O léase a continuación:

Materiales sobre irregularidad sobrevenida. Mª José Pérez, equipo de sensibilización de Cáritas Española.


Stop Rumores. Victoria Rubio, Andalucía Acoge.

Es una estrategia de impacto comunicativo y social, que tiene como objetivo luchar, de forma sostenida en el tiempo, contra los rumores y estereotipos negativos que dificultan la convivencia en la diversidad en Andalucía, Melilla y Ceuta.

  • Véanse sus varios recursos y posibilidades, aplicables a muchas situaciones en toda España, en su web.

Guía práctica de legislación de extranjería. Cristina Almeida, Cáritas Salamanca.


La acogida en la Iglesia: una forma de ser y hacer. Jaime Pons, coordinador Hospitalidad del Servicio Jesuita a Migrantes.

Un documento elaborado por la Red eclesial Migrantes con Derechos, formada por Cáritas Española, Justicia y Paz, el Secretariado de la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal y la CONFER. El documento brinda claves que inspiren y sirvan para articular posibles prácticas de acogida en escenarios eclesiales.

  • Más información, lectura y descarga del documento y del díptico divulgativo en este enlace.
  • PowePoint explicativo de la herramienta y su proceso de elaboración, en este enlace.

ZAS: Red Vasca Antirrumores. Andrea Ruiz Balzola, Red Vasca Antirrumores.

ZAS! es una red de agentes sociales e institucionales que desarrolla una estrategia de sensibilización social para prevenir la discriminación y la xenofobia, mejorar la convivencia y aprovechar el potencial de la diversidad cultural. Veanse sus varios materiales y recursos en su web.

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SESIÓN 4, 2ª parte. NUESTRO TRABAJO ABRE CAMINOS. EXPERIENCIAS Y BUENAS PRÁCTICAS CONFEDERALES.

¿Cómo acompañamos 3 años de irregularidad administrativa? Elizabet Ureña e Inma Mata, Cáritas Barcelona.


Iniciativa de acogida comunitaria desde el territorio a personas/familias en las lindes del sistema. Rufino García, Delegación episcopal de Movilidad Humana (Madrid).


Nuestra acción diocesana en origen y tránsito. Crisis regional en Venezuela. Suso González, Cáritas Tenerife – Fernando Foncillas, Servicios generales.


Sensibilización e implicación social en el ámbito educativo. Sonia Martínez, Estefanía Solé, Anna Mateus, de Cáritas Lleida.

 

Carta de nuestro arzobispo: Salvar vidas y construir futuro

Carta de nuestro arzobispo
SALVAR VIDAS Y CONSTRUIR FUTURO
– 21 de abril de 2021 –

MIG Niño abrazadoHace unos domingos estuve celebrando la Eucaristía en una parroquia en un barrio con una gran presencia de migrantes, fundamentalmente de Iberoamérica y algunos de África. Prácticamente la totalidad del templo estaba lleno de cristianos de esos lugares. Al finalizar la Misa, me fijé en una cruz de madera sencilla y, en un acto intenso y repleto de emoción, recordé aquella famosa Cruz de Lampedusa, construida con los maderos de una patera naufragada en el mar Mediterráneo. Pensé que esas buenas personas llegaron buscando un futuro mejor para ellas y sus familias. Vi a padres, hijos y abuelos, con todos los riesgos que corrieron hasta llegar aquí y con tantas personas y recuerdos que dejaron en sus países de origen. Y me vino a la mente aquella imagen del Papa Francisco cuando bendijo la Cruz de Lampedusa y nos pidió que la hiciésemos circular por todo el mundo para recordar a los que han perdido la vida en la aventura migratoria y, sobre todo, como llamamiento urgente para evitar la repetición de estas tragedias inasumibles. Al salir saludé a una familia; estaban los padres y cuatro niños, y les dije: «Haced circular vuestra fe en este nuevo ambiente en el que vivís. Mostrad que estáis entre nosotros para buscar un futuro mejor para toda la familia, pero que lo hacéis integrándoos en la comunidad cristiana y que contáis con la vida que os ha regalado Jesucristo».

Al hilo de este encuentro, quiero proponeros que nos hagamos las mismas preguntas que el Papa Francisco pronunció cuando se dirigía a toda Europa para hablar de los migrantes. Nos interpelaba con estas palabras de la Sagrada Escritura: «“¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. […] En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!».

De acuerdo con Naciones Unidas, en 2020 había 280,6 millones de migrantes internacionales. Estos flujos pueden ser una gran oportunidad y riqueza para nuestra sociedad, pero también plantean interrogantes en las relaciones internacionales, en la gestión de la diversidad dentro de nuestras sociedades y en la manera que tenemos de dar una respuesta clara a las situaciones dramáticas de muchas familias que llaman a nuestras puertas. Las migraciones se han convertido en el rostro humano de la globalización, ¿cómo ha de vivir la Iglesia católica esta realidad?

En la Biblia hay experiencias migratorias, de exilio, de acogida y de hospitalidad. Los textos bíblicos nos presentan al Pueblo de Dios como un pueblo en continuo peregrinaje y a Abrahán, padre de grandes religiones, como un «arameo errante». Desde el comienzo de su pontificado, con palabras y hechos persuasivos, el Papa Francisco ha animado a la Iglesia a acompañar a todas las personas que se ven obligadas a huir de su hogar: estableció la Sección de Migrantes y Refugiados dentro del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, profundamente conmovido por el sufrimiento que la movilidad humana causa, y decidió guiar personalmente esta sección. En España, la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana no cesa de sensibilizarnos, y está la Red Migrantes con Derechos, una respuesta global y coordinada de Iglesia a la realidad de las migraciones y el refugio en nuestro país. En Madrid instauré la Mesa por la Hospitalidad como órgano de coordinación y de concienciación eclesial y social.

En este sentido, es bueno recordar que el Papa Francisco nos pide a toda la Iglesia conjugar cuatro verbos, de los que en otras ocasiones os he hablado: acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes y refugiados.

1. Acoger: abramos nuevos canales humanitarios seguros y legales para los migrantes y los refugiados. Cada uno de nosotros podríamos ser un emigrante. La decisión de migrar debería ser voluntaria. La migración misma debería ser segura, legal y ordenada. En ese sentido, los estados deberían prohibir cualquier forma de expulsión arbitraria y colectiva. Es necesario respetar el principio de no devolución. La Iglesia anima a los estados a adoptar una perspectiva de seguridad nacional que otorgue prioridad a la seguridad de las personas y a los derechos de todas las personas desplazadas que entran en su territorio, asegurándoles el acceso a los servicios básicos, facilitando procesos ágiles de identificación y de admisión a los solicitantes de asilo, y favoreciendo alternativas al internamiento de los extranjeros que intentan entrar en el territorio.

2. Proteger: garanticemos los derechos y la dignidad de los migrantes y de los refugiados. La Iglesia insiste en la necesidad de adoptar un enfoque integral e integrado, que sitúe a la persona humana en el centro, en todas sus dimensiones, con pleno respeto de su dignidad y sus derechos. El enfoque integral sigue siendo, sin lugar a dudas, la mejor manera de identificar y de superar los estereotipos peligrosos, evitando así estigmatizar a un individuo sobre la base de algunos elementos específicos y, en su lugar, tener en cuenta todos los aspectos y las dimensiones fundamentales de la persona entendida en su conjunto. Los migrantes, los solicitantes de asilo y los refugiados deben ser acogidos como seres humanos, respetando plenamente su dignidad y sus derechos, independientemente de su condición migratoria.

3. Promover: favorezcamos el desarrollo humano integral de los migrantes y de los refugiados. La Iglesia desea que los estados promuevan y preserven la integridad y el bienestar de la familia, así como de las personas con necesidades especiales, discapacidad o vulnerabilidad, independientemente de su condición migratoria; al tiempo que se adoptan leyes que faciliten la reunificación familiar, el acceso a la educación especial y a programas específicos para colectivos vulnerables. Animamos a adoptar políticas y prácticas que garanticen la libertad religiosa, en términos de profesión y de práctica, a todos los migrantes y refugiados.

4. Integrar: enriquezcamos a las comunidades mediante una mayor participación de los migrantes y los refugiados. La presencia de migrantes y de refugiados es una oportunidad para ampliar el horizonte humano en clave de integración e interculturalidad. Esto se aplica tanto a quienes son aceptados, que tienen la responsabilidad de respetar los valores, las tradiciones y las leyes de la comunidad que los acoge, como a la población autóctona, que está llamada a reconocer la contribución positiva que cada migrante puede hacer a toda la comunidad. Ambas partes se enriquecen mutuamente gracias a un proceso continuo de interacción y permeabilidad. Se pretende alcanzar la igualdad fundamental desde el respeto a la diferencia. Los desafíos que nos plantea nuestro mundo complejo e interconectado necesitan, hoy más que nunca, respuestas creativas, sostenibles y transformadoras. Desde esta pasión por el ser humano, fecundada por la Pasión del Señor Jesús, visibilizada en la cruz, con el Papa Francisco os digo que no nos dejemos llevar por «la civilización de la indiferencia». No perdamos «la gracia de llorar por la crueldad que hay en el mundo»; salvemos el valor supremo de la hospitalidad, que es fraternidad y que es decir con el Papa Francisco «todos hermanos».

Con gran afecto, os bendice,

+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid

LA EXTRAÑA FAMILIA DEL CURA JORGE

LA EXTRAÑA FAMILIA DEL CURA JORGE: 70 DROGODEPENDIENTES Y 40 SUBSAHARIANOS
El sacerdote Jorge de Dompablo lleva más de 20 años viviendo entre la vía del AVE y una autovía compartiendo techo con los excluidos: “Dios también está en el que se inyecta”, dice. “Somos como una gran familia, pero una con muchos problemas”.

[Pedro Simón para El Mundo (2.3.21)]
[fotos de Antonio Heredia]

[Otro artículo sobre Jorge de Dompablo puede verse en esta entrada de la web de la Vicaría para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación]

La extraña familia del cura Jorge de Dompablo. Migraciones.

Jorge de Dompablo (dcha.), junto a un antiguo residente y un compañero de casa subsahariano. ANTONIO HEREDIA.

Cuando los endomingados feligreses de la parroquia de San Jorge vieron aparecer al nuevo sacerdote aquel día de 1996 es probable que alguno se santiaguara. No tanto porque estaban ante un pastor de la iglesia. Sino por las pintas que me llevabas, hombre de Dios.

Acostumbrados al boato de curas con clériman, casulla o lo que hiciera falta, el cura Jorge de Dompablo iba en deportivas, con un poncho raído, vaqueros que también y un pelazo de batería de Obús.

No se equivocarían los prejuiciosos: el escándalo no fue tanto que, entre misa y misa, el nuevo cura se fuera a tomar un café o lo que tocara con el pobre que pedía en la puerta. Sino que cada semana lo acompañara a rebuscar en la basura.

De todas las maneras que se nos ocurren para tratar de definir a este sacerdote distinto, esa imagen referencial es la que más se aproxima: un cura, con un pobre muy pobre, en un barrio bien de Madrid, hurgando con el otro en la basura a la vista de sus parroquianos, buscando algo valioso allí donde nadie mira: en el lugar de los desechos.

«Era el pobre oficial de la iglesia, uno que hacía dibujos en el suelo. De vernos tomar café y andar los dos por ahí, ese pobre oficial sin nombre pasó a ser ‘el pobre amigo de Jorge’, primero. Luego ya fue ‘Emilio’. Después ‘Emilio, el jardinero’, porque le encontramos un trabajo. Y finalmente ‘Emilio, el portero’, porque terminó en una portería. Se jubiló hace unos años. Se fue a Cádiz, donde localizó a su hija. De no tener nombre a tener lo más importante, ¿verdad?… En el Evangelio, los milagros son un proceso».

A ese hombre llamado Emilio se lo trajo el cura Jorge a vivir con él aquí donde hemos venido hoy. Y como a Emilio, a muchos más.

En los más de 20 años que lleva en este hogar que tiene algo de meta y de salida, el cura que predicaba rebuscando en la basura ha compartido su vida con unas 70 personas drogodependientes, con 40 migrantes subsaharianos, con carne de contenedor, con pobres que entraron por la puerta sin ganas, sin esperanza, sin nombre alguno. Y que salieron hasta con apellidos.

Qué tendrá de especial esta finquita si por un lado está pegada a la vía del AVE Madrid-Valladolid. Qué tendrá de tranquila si por el otro lado linda con una popular autovía. Qué tendrán de confortables las dos casas que albergan, alquiladas por el sacerdote (propiedad del Canal de Isabel II y de Renfe), si siempre tiene un rumor de coches o de trenes, si vemos alguna humedad, si está en un sitio perdido. Qué tendrá de pacífico el lugar si, un día de 2009, un joven armenio con problemas mentales y de consumo dijo que iba incendiar la casa, y le prendió fuego, y el sacerdote volvió a levantarla. Qué tendrá de alegre (porque se les ve contentos como a pocos) si entre sus paredes han convivido personas violadas en la frontera, ojos tristes de tanta heroína, hijos a los que nadie quería.

En efecto: Jorge nuestro que estás en el huerto, santificado sea tu nombre.

Hablamos del huerto donde este febrero han sembrado unas habas. Del corral con medio centenar de gallinas. De las dos caravanas suplementarias que hay al fondo, como sacadas de una película de los Coen, y que también sirven de vivienda. De las dos porterías pequeñas de fútbol para cuando los sin papeles de Jorge juegan cada tarde la final de la Copa de África. Del futbolín que hay bajo un toldo. Del estanquito con los peces. De los 16 subsaharianos que, a día de hoy, comparten techo con el cura Jorge de Dompablo. Y, por supuesto, hablamos de un tal David.

«En 1997 empezamos con esta casa. Hasta 2010 vivía con chicos con problemas de drogas con historias tremendas. Se puede decir que éramos como una gran familia. Una gran familia con muchos problemas, claro, y que necesitaba bastante firmeza. Algunas veces me desaparecía el dinero, la tarjeta, hubo agresiones, tuve que echar a gente… Cosas que pasan. Pero seguimos siendo una familia, y en una familia uno se ayudan a otros, no se dejan, no se dejan…».

La familia, casi como un clan palermitano.

Sabe de lo que habla porque él fue el noveno de 14 hermanos. Desde los 14 años hasta los 30, cuenta, tuvo que ayudar en los ultramarinos del padre y no pudo estudiar lo que quisiera. Por eso aprendió tanto de esos chicos que no se tenían en pie, aquellas lecciones de vidas puestísimas.

«Sólo desde lo humano se puede llegar a Jesús. En todo lo que yo he visto y sigo viendo en esta casa, está el Dios de los hombres. Dios también está en el chico que se inyecta, en el que pierde el control. Está ahí en medio del sufrimiento de la droga, gritándote para que seas feliz».

La extraña familia del cura Jorge de Dompablo. Migraciones.

El sacerdote, con varias de las personas con las que comparte casa. ANTONIO HEREDIA.

La familia no se deja jamás.

Te cuenta la historia de Miguel, por ejemplo. Un chico «de una violencia extrema». Una vida de consumo continua. El más (pongan la palabra que quieran) del barrio. «Con su pasado de cárcel». «Hasta que cambió. Acompañó a su padre día y noche hasta que murió. Hizo un curso de cocina sólo para dar de comer bien a su madre, decía. Era enferma de alzhéimer. La cuidó hasta el final».

Te cuenta la historia de Ángel, pongamos. Vivía en una «familia imposible». Drogodependiente, claro. «Tenía sus dos hermanos en la cárcel». «Su padre había tenido dos hijas con su hermana mayor». «Todos vivían de la droga en esa casa». «Ese chico salió por el cariño a su madre. Hace dos años vino a verme a la parroquia. Estaba fenomenal».

Miguel.
Ángel.
Bien.

Pero en la cartera, sin embargo, lleva una foto de un tal David.
(…)

En aquel Madrid setentero de las favelas y del pico, Jorge de Dompablo era poco menos que un yonqui de Cristo. Los veía a decenas: otro melenas muriendo como un bandido, con la piel como un colador. Y al lado, Jorge.

Así fue en la iglesia de Caño Roto primero, en San Blas después, más tarde en la UVA (Unidad Vecinal de Absorción) de Hortaleza, donde le recibieron a pedradas: «Fue su forma de decirme: ‘Estamos aquí’». O eso cree él.

«Eran los años del aluvión en Madrid, seguía llegando gente de los pueblos, los barrios eran sitios muy duros, la cultura escaseaba, los jóvenes estaban desubicados, y en ese ambiente la droga hizo estragos». Si algún vecino no tenía casa, el cura Jorge de Dompablo no dudaba en ir con ellos a forzar la puerta de una casa desocupada. Cosas así.

Cómo quieren entonces que, unos años más tarde (después de todo lo vivido en la periferia), este hombre se presentara con clériman cuando fue destinado como adjutor (ayudante) a la iglesia bien de San Jorge.

Llegó, se presentó, dio testimonio de lo que había ahí fuera, y a los jóvenes de Chamartín con los que se reunía les hizo una pregunta: «¿Dónde están aquí los pobres?». Contestó uno: «Aquí no hay pobres, padre». «Entonces les dije que salíamos todos a dar una vuelta. Claro que los había, cómo no los iba a haber». Luego conoció a David.

Así que en 2010, después de muchos años capeando con la droga en la casa que había entre la vía del AVE y la carretera, en medio del paisaje de cenizas tras el incendio del armenio, Jorge pensó que era una buena idea empezar a acoger subsaharianos.

La parroquia de Nuestra Señora de la Guía donde hoy da misa está a 10 minutos en coche de este santuario. Pero, según Jorge, Cristo está a un metro de distancia y lleva chancletas: es el chico negro que está haciendo arroz para todos en la cocina.

«Muchos se lanzan al mar sin haberlo visto jamás. Ellos dos se tiraron 10 días. Cuando se acabó la comida, rascaban con las uñas la pintura y se la llevaban a la boca. Bebieron agua salada. Pasaron miedo en mitad de la noche. Las olas que vieron tuvieron que ser enormes, porque un día me dijeron: ‘Jorge, yo creía que el mar no tenía montañas’. Compartieron patera y esta casa. Ahí los tienes».

Kofi es de Ghana y trabaja colgado limpiando los cristales de Torre Picasso.

Bismarck es de Liberia y trabaja en un establecimiento de tortitas mejicanas.

La extraña familia del cura Jorge de Dompablo. Migraciones.

El sacerdote, en la entrada de su casa. ANTONIO HEREDIA.

«Les busco cursos, se forman, aprenden el idioma, les facilito contactos, empleos para que vayan regularizando su situación… De ellos aprendo cada día. Sobre todo esa capacidad de esperanza que tienen, creer que todo es posible».

Lo cierto es que a muchos de los 16 africanos de la casa les importa bien poco saber si el Dios de Jorge existe o no, lo que les incumbe es saber de qué lado está. Y eso lo tienen claro: 63 años, natural de Las Navas del Marqués (Ávila), el cura que acompañaba a rebuscar en la basura tiene las manos sucias de haber estado quitando hierbas.

Su David.

«Mi David. Tengo una foto en la cartera. [Hace ademán de levantarse a por la cartera, pero no: se deja caer a plomo en el sofá. Y se emociona. Por eso calla un rato]. Él se sentaba justo aquí en esta parte del sofá en que estoy yo sentado. Era de San Blas, su madre era alcohólica, su padre murió cuando él era muy joven. Tenía una identidad sexual compleja, vivía muy atormentado, cayó en la droga. Cuando vino a esta casa, la única pertenencia que traía era una foto suya de la Primera Comunión, una Primera Comunión que hizo solo, sin su madre, que estaría bebiendo y terminó arrojándose por una ventana. Me decía que yo era como su padre, yo le decía que no, que no. Tuvo muchísimas recaídas. Tenía que ir a buscarle a Las Barranquillas de cuando en cuando. David fue al único de la casa al que le consentía venir drogado, la única excepción que hice. Como no salía adelante, le dije que su lugar en la casa tenía que dejárselo a otro. Lo entendió. No perdimos el contacto. Un día me llamó: ‘Jorge, soy David, tengo que hablar contigo’. Yo tenía que celebrar dos bodas, una lejos de Madrid. Le dije: ‘Mira, hasta pasado mañana no puedo verte’. Lo encontraron muerto con una sobredosis. Siempre pensé que tenía que haber ido a esa cita a la que no fui. [Por eso calla otro rato]. Estuve un año entero yendo todos los domingos al Cementerio de Carabanchel a estar con él».

«Fui forastero y me acogisteis». Carta de D. Carlos Osoro.

Carta del arzobispo de Madrid Carlos Osoro.

«FUI FORASTERO Y ME ACOGISTEIS»(Mt 25,35): COMPARTIR PARA MULTIPLICAR
– 7.9.15 –

Carta pastoral del arzobispo de Madrid con motivo de la constitución de la Mesa por la hospitalidad de la Iglesia en Madrid

En la víspera de la Natividad de María, Reina de la Paz, os quiero acercar a todos los cristianos, hombres y mujeres de buena voluntad lo que el apóstol San Juan nos recuerda: “Amaos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. […] También nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4,7-11).

Este momento tiene rostros, situaciones y personas a las que el Señor, a través del Papa Francisco, nos está llamando para que realicemos los que nos pide. Tenemos una oportunidad singular para ofertar lo que más necesita el ser humano: sentirse amado.

I.- UNA TRAGEDIA LLAMA A NUESTRAS PUERTAS… Y SE SUMA A OTRAS

I.- Mi última carta pastoral se titulaba “Nunca robemos la dignidad del hombre” y buena parte de ella estaba dedicada a la crisis de los refugiados. No me ha parecido suficiente y he querido hacer una reflexión más amplia y, sobre todo, trazar directrices para la acción que sean operativas y que respondan al llamamiento a gestos concretos de hospitalidad que ayer mismo nos hacía el Papa Francisco en el Ángelus dominical.

Todos somos conscientes de que una nueva catástrofe nos sacude la conciencia y llama a las mismas puertas de Europa. La catarata de noticias e imágenes de estos días nos han conmovido como seres humanos y como creyentes. Sabemos que en nuestra diócesis muchas personas siguen sufriendo el flagelo del paro, la precariedad laboral, la exclusión y muchas formas de vulnerabilidad personal y social. Ello nos desafía a vivir la verdadera solidaridad, que conlleva en sus entrañas la cualidad de la universalidad y nos impide caer en la tentación de las “disputas entre nuestros pobres y los que llegan”. Todos son pobres de Cristo, todos son hijos de Dios. Todos tienen derecho a reclamarnos, en un mundo en el que la pobreza no es un problema técnico, sino ético, una verdadera justicia social global. Responder con eficacia, humanidad y prontitud a unas y a otras situaciones corresponde a las autoridades públicas y a los organismos competentes. Pero ello no obsta para que la sociedad civil, y la Iglesia católica en particular, tenga una palabra que decir y, sobre todo, un grano de arena que aportar para aliviar tanto dolor ajeno. Es cuestión de humanidad y a la Iglesia, que quiere prolongar la mano acogedora de su Señor, nada humano le puede ser ajeno.

El dolor humano es la experiencia más universal y quizá por ello tiene la capacidad de movilizar lo mejor de nosotros mismos. Quizá por esa razón, hemos visto cómo los gobernantes de la Unión Europea han ido evolucionando hacia posiciones más  solidarias y respetuosas con las exigencias de los tratados en materia de protección internacional. También la sociedad civil se ha conmovido por esta debacle que nos recuerda otras muchas que, tal vez porque nos resultaron más lejanas o no fueron tan profusamente cubiertas por los medios de comunicación, no nos provocaron la movilización de esta. Desde el tejido social se han ido realizando diversos ofrecimientos que tienen en común el poner en valor la hospitalidad y la fraternidad; expresiones de la verdadera fe cristiana y de la ética de la acogida y el cuidado, lugar de encuentro de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

No se trata de hacer carreras para ver quién es más solidario. La tragedia tiene tal magnitud que exige dejar de lado protagonismos y debates partidistas para centrarnos en lo esencial: el socorro a quienes lo necesitan para salvar su vida. Aunque ahora no debiéramos enredarnos en debates sobre culpas de unos u otros, en un  segundo momento, tendremos que esclarecer las causas que han provocado esta situación y otras similares. La verdadera ayuda exige un discernimiento profético y una profunda conversión que evite que esta situación  vuelva a repetirse.  En cualquier caso, es el momento de asumir conjunta y solidariamente responsabilidades. Ser responsables es tener el deber de responder. Y hacerlo desde el convencimiento de que en la familia humana, todos somos responsables de todos y nadie está exento del deber de ser custodio de la vida del otro. Esa responsabilidad es ética y religiosa, es decir, social, pero también jurídica y política (respeto a los derechos humanos y a los tratados internacionales) e histórica y económica (los refugiados huyen de conflictos provocados o alentados por intereses económicos y geoestratégicos de los que Occidente no es ajeno). Estas emergencias eran previsibles y son el resultado de la inacción. La globalización económica no se ha traducido en una globalización ética volcada en la promoción, defensa, respeto y cumplimiento de los más elementales derechos humanos. Hay que reconocer la responsabilidad de todos en un mundo global, como paso previo para construir un sistema de acogida solidario y sostenible, pues “emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser algo más” [Papa Francisco, “Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor”, Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, 2014].

No es función de una carta pastoral hacer un  análisis político, económico o sociológico de la actual crisis de desplazados. Pero es evidente que hay que acudir a las causas de la misma y procurar intervenciones en el origen si no queremos limitarnos a remendar soluciones siempre parciales e incompletas. Es claro que compete a los gobiernos, a la Unión Europea y a organismos supraestatales el dar respuestas eficaces y no seguir mirando hacia otro lado ante realidades, por poner solo un ejemplo, como la de la guerra en Siria. Como miembros de la Iglesia nos duele en el alma la persecución de los cristianos sirios, la de quienes no lo son y la falta de respuesta suficiente por parte de los países de la Unión Europea, incluido el nuestro.

No es tiempo de lamentos, sino de arrimar el hombro y sacar lo mejor de nosotros mismos ante el sufrimiento ajeno. Por eso, permitidme que esta carta la dirija no solo a los católicos de Madrid, sino también a todos los hombres y mujeres de la diócesis con entrañas de misericordia. Ya en su momento, el cardenal Rouco iluminó la realidad de un Madrid cada vez más pluricultural con su “Acogida generosa e integración digna del inmigrante y su familia”, o los mensajes “Emigrantes y madrileños, una sola familia”, “Emigrantes y refugiados hacia un mundo mejor”, entre otros documentos a cuya relectura invito. Me propongo seguir en la misma estela que ha animado con su excelente trabajo nuestra Delegación diocesana de Migraciones,expresión del amor especial que la Iglesia siente por los migrantes, y que ha manifestado a lo largo de la Historia de diversas formas. No en vano, seguimos y proclamamos Señor de nuestras vidas a quien dijo: “fui forastero y me acogisteis”.

Acoger en casa al forastero o dar posada al peregrino, en la formulación de una de nuestras obras de misericordia, son una práctica que además de satisfacer una necesidad, dignifica y plenifica la vida de quienes lo practican. “El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad con nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría, serenos. […] Como ama el Padre, así aman los hijos” (MV 9d). Algo que se está haciendo desde siempre en esta querida, plural y abierta archidiócesis de Madrid. En ella, particulares, familias e instituciones religiosas de todo tipo vienen compartiendo trabajo, techo, comida, alegrías, sueños, anhelos y lágrimas con personas que han sufrido cualquier forma de exclusión. Todas estas realizaciones (también a cargo de otros credos religiosos y de personas no creyentes) constituyen una luz de esperanza que nos permite seguir creyendo en las enormes posibilidades del ser humano, nada menos que imagen de Dios que se hace más nítida y creíble desde estas actitudes. Vaya con ellos la gratitud de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de bien. Junto con ellos, las instituciones de la diócesis dedicadas a la acogida de los migrantes, al trabajo con personas vulnerables y la defensa de sus derechos, tratan de visibilizar con gestos concretos de solidaridad y justicia el amor de Dios hacia todos, pero muy especialmente hacia los que padecen el dolor o la injusticia que constituyen el rostro de Cristo y un juicio (no solo después de la muerte) sobre la dignidad con la que acometemos la aventura apasionante de la vida.

Todavía dista mucho para que nuestra conciencia ciudadana y eclesial quede tranquila. La acogida no es solo un acto humanitario, sino, en muchos casos, de estricta justicia y de respeto al ordenamiento jurídico internacional. A nadie demos por caridad lo que le es debido por justicia (cfr. AA 8). En todo caso, Europa no puede echar a perder sus raíces cristianas profundamente humanistas y vender su alma solo a la razón mercantil. Nuestra respuesta ante quienes llaman angustiados a nuestra puerta no puede ser atrincherarnos ante nuevos muros y vallas de la vergüenza coronadas de espino. No podemos vivir estas llamadas angustiosas como un ataque a nuestras cuotas de bienestar, ni podemos alimentar el discurso del miedo al diferente. Europa debe responder de forma humanitaria, coordinada, conjunta y generosa a este gran desafío. Nos jugamos mucho en ello. Pero es verdad que hay que hacerlo bien y debemos aprovechar la ocasión para acentuar la necesidad de avanzar en cohesión y en justicia social. Se trata de acoger con calidez y calidad. Y ello debe llevar a revisar las insuficiencias de la política social de las administraciones y las carencias de nuestra propia intervención caritativa y social.

Hemos de usar con prudencia la cabeza, pero nuestra racionalidad ha de ser compasiva, hospitalaria, abierta al otro y dispuesta a modificar la agenda para acoger a quien llama a nuestra puerta. Recuerdo aquí que la estructura antropológica que nos descubre el mismo Dios en la parábola del buen samaritano es la que ofrece salidas auténticas a quien encuentra al borde del camino. Nuestra agenda es hija de la ética del cuidado del otro, de la ternura, de la hospitalidad y también de la justicia, que es “la medida mínima de la caridad”. De otro modo seríamos hijos de una globalización que nos hace más cercanos, pero no más humanos (CV 19), de esa globalización de la indiferencia que se ahorra las lágrimas por el dolor y las sustituye por el cálculo frío del coste-beneficio.

II.- LOS MOMENTOS DIFÍCILES: OPORTUNIDAD PARA SACAR LO MEJOR DE NOSOTROS MISMOS

Si atendemos el clamor de nuestros hermanos y nos dejamos inundar por la fuerza de Dios en la adversidad, descubriremos que, cuando somos sensibles al dolor del otro, somos más fuertes. Nuestra sociedad se hará más vigorosa, ganará músculo moral y estará más cohesionada, en la medida en que sea más abierta, más sensible y más solidaria. Madrid ha dado muchas y muy probadas muestras de esta capacidad para la integración, la acogida y la solidaridad.

Ante una lógica meramente cuantitativa, enemiga de la economía amable con el ser humano que defiende Caritas in veritate, debemos introducir lo que podríamos llamar las matemáticas de Dios. Aquellas que nos recuerdan que cuando compartimos y dividimos, en realidad multiplicamos. Por paradójico que resulte, cuando la desgracia ajena nos pone en estado de alerta, aun siendo los recursos escasos, se produce una multiplicación de posibilidades y recursos. No faltan ejemplos que muestran cómo la escasez, sumada a lo mejor de lo humano, acaba produciendo mejoras cuantitativas y cualitativas. Lo acabamos de ver en Cáritas con el incremento de voluntarios y de recursos a raíz de la crisis económico-financiera.

Estos días los gestos se multiplican en el ámbito político, económico, deportivo, social y, sobre todo, en el de la disponibilidad de la gente sencilla que se ofrece a compartir lo que tiene. Las dificultades, cuando se afrontan conjuntamente, nos hacen ser mejores a todos. Nosotros, los cristianos, afirmamos incluso que los pobres nos evangelizan. Para ello, es preciso no pasar de largo, no mirar hacia otro lado y detenernos frente a los que están en las cunetas. Una Iglesia samaritana es la que se pone a tiro de las necesidades del prójimo,  tiene la audacia de mirar su rostro y sostenerles la mirada en sus ojos. Nos espanta tanto horror. Pero más debiera asustarnos quedar anestesiados y acostumbrarnos a él o dar respuestas meramente coyunturales o emotivistas.  Ante la multitud ingente y desprotegida, el mandato imperativo del Señor Jesús sigue siendo actual y desafiante: “Dadles vosotros de comer” (Lc 9,13).

Los seres humanos somos capaces de lo peor y de lo mejor. Es inasumible, vergonzosa e inmoral la inacción ante la persecución de cristianos (somos la minoría más perseguida del planeta) y de no cristianos a manos del fundamentalismo islámico. Pido a nuestros queridos hermanos musulmanes, entre los que se encuentran muchos que buscan el reconocimiento de la dignidad del otro, sea quien sea, que actúen ante quienes suplantan la identidad de un Dios Compasivo y Misericordioso por una atroz ideología de violencia, destrucción y muerte. Europa no puede quedar reducida a un mercado para el intercambio de productos o a un espacio atrincherado obsesionado por el control de flujos, la seguridad y el miedo al diferente. Sus profundas raíces cristianas, su noción de persona y su contribución a la cultura de los derechos humanos deben movilizarnos a una acción coherente con lo mejor de nuestra Historia y cultura.

Estábamos hondamente preocupados por las llamadas de socorro en la Frontera Sur y ahora se abre la Frontera. Los problemas están cada vez están más globalizados y nadie debe sentirse ajeno a ellos. Pero también las soluciones pueden y deben ser cada vez más globales, integrales y duraderas. En una sociedad interdependiente, los problemas de los otros inevitablemente van a ser cada vez los nuestros. El sueño de la gran familia humana y de la fraternidad universal que canta el art. 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos parece avanzar, aunque a veces sea a empellones.

Ya no podemos pensar en clave egoísta de Estado-Nación, ni siquiera de continente europeo. Urge la globalización de las respuestas y de la solidaridad. Es verdad que este nivel macro podemos sentirlo lejano, pero sin el concurso de la sociedad civil dejamos el gobierno del planeta a manos exclusivas del mercado o del Estado. Ninguno de los dos en exclusiva son buenos conductores del destino de nuestra humanidad. Por eso es preciso el concurso de la sociedad civil.  También a nivel internacional debe concurrir ese tejido social solidario que se ha activado en mil formas en los momentos más difíciles y que ha reconducido situaciones dramáticas e inhumanas, desde el orden de los valores, hacia horizontes de bien común y justicia social. La tradición cristiana, con su visión trascendente de la persona, y la Iglesia, experta en humanidad, pueden y deben contribuir eficazmente a este esfuerzo colectivo.

Como Iglesia que peregrina en Madrid, no tenemos soluciones técnicas para problemas tan complejos. Tampoco tenemos los recursos humanos y materiales para dar una solución. Pero sí disponemos de la fuerza humanizadora e iluminadora del Evangelio. Este es siempre una palabra que decir y un gesto que realizar. Palabras y signos eficaces que visibilicen la ternura y el amor de nuestro Dios que nos invita a escuchar su clamor desesperado, aunando la ética de la justicia, el respeto a los derechos humanos y la moral de la ternura, el cuidado, el mimo y la hospitalidad que debemos a nuestro hermanos y hermanas en situación de desamparo. Cada uno de ellos es Cristo crucificado que llama a nuestra puerta. Como recuerda la Evangelii gaudium, mencionando a los refugiados, “es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos” (EG 210).

Son precisas soluciones globales con una activa y audaz participación de organizaciones supraestatales y el compromiso de la UE y de sus Estados. Debemos primar, por encima de cualquier otra consideración geoestratégica o comercial, el bien de las personas que provienen de países que sufren guerras intestinas, corrupción, fundamentalismo religioso, o dependencias coloniales económicas o políticas que deben ser abordadas por la comunidad internacional sin dilación.

La justicia distributiva exige un reparto equitativo de las cargas y, por consiguiente, el oportuno abordaje de los problemas exige ponderar responsabilidades compartidas exigibles también a otros. Pero eso no nos debe hacer mirar para otro lado cuando está en juego la vida de nuestros semejantes y la dignidad con que somos capaces de vivirla quienes tenemos más posibilidades. Los acuerdos internacionales, urgidos por España desde hace muchos años, deben estar presididos por los principios de humanidad, solidaridad y justicia. Deben ser, además, oportunidad para otra forma de hacer las cosas. Para ello nada como poner como fundamento la dignidad de la persona, imagen de Dios, y los principios del destino universal de los bienes de la tierra, la solidaridad, el bien común, la subsidiaridad y la participación corresponsable.

III.- LA ENSEÑANZA SOCIAL DE LA IGLESIA: UN PRECIOSO TESORO

Quiero ofreceros ahora unas reflexiones y unas palabras de iluminación desde el rico acervo de la Doctrina Social de la Iglesia. Hago una apretada síntesis porque considero que, lamentablemente, aunque representa el rostro más social y amable de la Iglesia, es todavía una  gran desconocida.

Varias voces de Iglesia se han alzado poniendo en valor los principios de  nuestra enseñanza social: Comisión Episcopal de Migraciones, Cáritas, Confer, Justicia y Paz, Acción Católica, Manos Unidas, congregaciones religiosas, hermanos obispos, etc. Me gustaría iluminar este momento con unas reflexiones que no olviden la proverbial sabiduría popular: “obras son amores y no buenas razones”. He dedicado bastantes años a la enseñanza y siempre me ha parecido que una buena teoría es condición de posibilidad de una buena práctica. Ninguna enseñanza es más fecunda que nuestra DSI. De ella extraemos algunas referencias ineludibles:

I. El Dios cristiano es un Dios encarnado en Cristo y su Espíritu está presente en la creación, en la Historia, en la vida de los hombres y mujeres y, singularmente, en los anhelos y el sufrimiento de las personas injusticiadas y empobrecidas. Por eso, necesitamos una “escucha activa y creyente de la realidad”, como lugar de Dios para escrutar los “signos de los tiempos” (GS 4a). No podemos obviar una lectura explícitamente religiosa, creyente, de lo que ocurre. Así lo hace la Doctrina Social de la Iglesia. Es más, estamos seguros de  que “la dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana” (CA 55).

II. Tenemos que dejarnos afectar por los rostros de los que sufren. Debemos darles respuestas concretas sin olvidarnos de  “transformar las estructuras injustas para establecer el respeto a la dignidad del hombre” (DA 546). También evitar que la opción por los pobres corra el riesgo de “quedarse en un plano teórico y meramente emotivo, sin verdadera incidencia que se manifieste en acciones y gestos concretos” (DA 397). Los creyentes trabajaremos junto con los demás ciudadanos e instituciones desde el diálogo constructivo y el consenso en favor del bien del ser humano y de un orden sin inequidad (cfr. DA 384). Ciertamente, aunque la Iglesia no se pueda identificar con ninguna realización intrahistórica ni política,  no puede quedarse al margen de la lucha por la justicia (cfr.28). Al anunciar la Buena Nueva de Jesucristo, debe tratar de cohesionar, inyectar valores morales y despertar fuerzas espirituales que allanen el camino a una humanidad que se aproxime al sueño de Dios.

III. Nuestra tradición cristiana nos enseña que somos “hijos de un arameo errante” (Dt 26,5). Abraham, padre de las tres grandes religiones monoteístas, agasajó a los forasteros (cfr. Gn 18,2-7). En la Sagrada Escritura y, sobre todo, en los textos con más sensibilidad, hay una sacralización del migrante que culmina en la encarnación: en Cristo somos hermanos-prójimos y no extranjeros. Con la hospitalidad se hace memoria de “que extranjeros fuisteis en el país de Egipto” (Ex 22,20; 23,9; Dt 10,17-19). Ello explica las leyes del espigueo y del diezmo (Lv 19,9-10; Dt 14,28-29) y un imperativo sin igual en las culturas limítrofes: “amarás al extranjero como a ti mismo” (Lv 19,34), bajo la misma ley y derechos (cfr. Lv 24,22). Mateo recuerda que la Sagrada Familia  fue obligada a desplazamientos forzosos (cfr. Mt 2,15) y en el Juicio Final se llega a la identificación sacramental de Jesucristo con los migrantes (cfr. Mt 25,35-36). El Resucitado envío a los discípulos a todos los pueblos y la fuerza del Espíritu  une a todos en la única familia de Dios (cfr. Hch 10,35-36; Ef 2,17-20; Gal 3,28; Col 3,11). No debe extrañarnos que, pasado el tiempo, “las grandes estructuras de acogida, hospitalidad y asistencia surgieran junto a los monasterios” (DCE 40).

IV. Por otra parte, los desplazamientos humanos son “un fenómeno natural y universal” (MM 123).  En un mundo interdependiente y globalizado es inevitable que se produzca el mayor movimiento de personas de todos los tiempos. Esto constituye toda una realidad estructural (cfr. Erga migrantes 1). Constituye una experiencia dolorosa (cfr. PT 102, 103, 107; GS 66, 88; PP 67-69), pero también un imponente kairós y un gran desafío para nuestra época.  Desde luego, hay que procurar por todos los medios que la movilidad forzosa deje de serlo (cfr. RN 33, MM 125-127, 150; PT 102…).

V.  En la constitución apostólica Exsul Familia, el Papa Pío XII confirmaba el compromiso de la Iglesia de atender y cuidar a los peregrinos, forasteros, exiliados y migrantes de todo tipo, afirmando que todo pueblo tiene el derecho a condiciones dignas para la vida humana, y si éstas no se dan, tiene derecho a desplazarse. En su encíclica Sollicitudo rei socialis, san Juan Pablo II hace referencia a la crisis mundial de los refugiados como “una plaga típica y reveladora de los desequilibrios y conflictos del mundo contemporáneo. […] El derecho al asilo jamás debe negarse cuando la vida de la persona peligre realmente si permanece en su tierra natal”. La enseñanza social no niega el derecho de los estados a regular los flujos migratorios, pero este derecho deberá armonizarse con los derechos humanos de las personas desplazadas y ser contemplado desde el criterio superior del bien común de la entera familia humana y la dignidad de la persona, y no obedecer a criterios políticos localistas.

VI.- La Doctrina Social de la Iglesia nos aporta importantes criterios de juicio que, a su vez, marcan líneas de acción a todos los actores sociales. No quiero ser exhaustivo. Me basta con un ramillete apretado de citas para mostraros esta riqueza que muchas veces ignoramos.

a). El primer derecho es el derecho a no emigrar, a no tener que desplazarse a la fuerza. Mucho más si esta movilidad humana es provocada por la persecución religiosa, la violencia, la guerra o la injusticia estructural. Este derecho brota de la dignidad de la persona y del derecho a tener las necesidades básicas cubiertas (cfr. RN 33). En el caso de la emigración económica, se trata de que “el capital busque al trabajador y no al contrario” (PT 102). Por eso, se debe favorecer la  cooperación al desarrollo con el país de origen (cfr. CDSI 298, GS 66 y Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1993). El derecho a no emigrar consiste en vivir en paz y dignidad en la propia patria (cfr. Mensaje para la Jornada Mundial de las Migraciones 2004 y PT 11 y 102). Se trata de una aplicación del destino universal de los bienes de la tierra tan fundamental como desatendido (cfr. MM 30, 33; GS 65; CIC 2402-2406; CDSI 171-184). En suma, como dicen conjuntamente los obispos mexicanos y norteamericanos: “Toda persona tiene el derecho de encontrar en su propio país oportunidades económicas, políticas y sociales, que le permitan alcanzar una vida digna y plena mediante el uso de sus dones. Es en este contexto cuando un trabajo que proporcione un salario justo, suficiente para vivir, constituye una necesidad básica de todo ser humano” [Carta Pastoral conjunta, “Juntos en el camino de la esperanza. Ya no somos extranjeros”, n. 34].

b). Por otra parte, existe el  derecho a emigrar y a desplazarse: El titular de este derecho natural (PT 106) es la persona e incluye el deber de salvaguardar a su familia. Hay que proteger este derecho para que no deje ser tal en el imaginario colectivo. Debe ser respetado en la práctica y recogido en la legislación nacional e internacional como derecho (cfr. PT 25 y 106; OA 17) extensible a la familia del migrante (cfr. La solemnita, MM 45). Es lícito emigrar a otros países y establecer su domicilio en ellos. Lo reconoce el art. 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y Pío XII en su radiomensaje de Navidad de 1952: “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur…” (Lc 13,29)”. La Iglesia reconoce que todos los bienes de la tierra pertenecen a todos los pueblos. En el caso de persecución por cualquier causa, la comunidad internacional se ha dotado de instrumentos que garanticen el acceso a los derechos de asilo y protección internacional subsidiaria para los refugiados. Buena parte de nuestros potenciales huéspedes vienen en esa condición. Queremos mencionar en este punto las siguientes palabras del Papa Francisco: “Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil” (LS 25).

c). El deber de cooperación internacional “clarividente” (CV 42) precisa una “moral de renovada solidaridad” en todos los órdenes: en cuestiones energéticas y de recursos, mayor socialización de la propiedad intelectual e industrial (CV 22), cuidado del medio ambiente (CV 50),  consolidación de instituciones  democráticas en los países de origen (CV 41) y legislación internacional garantista (CV 62). Las ayudas internacionales al desarrollo no deben  generar relaciones de dependencia (CV 58). Se debe incrementar el porcentaje del PIB para esta ayuda (CV 60). En este punto precisamos un urgente examen de conciencia: hemos hecho lo contrario en una proporción que no se justifica por la crisis en España (Cfr. cap. 8, VII Informe Foessa 2014 de Caritas española). Del mismo modo, la enseñanza social de la Iglesia invita a la apertura de los mercados a los países del Sur para evitar el proteccionismo del Norte (SRS 45), así como a la regulación de los flujos financieros, a la lucha contra la corrupción y a dotar de estructura democrática y perfil ético a los organismos supranacionales (ONU, OMC, BM, FMI, etc.) (cfr. CV 67, CDSI  368- 374; 440-450). No es ahora el momento de ser más exhaustivo, pero este ramillete de citas muestra hasta qué punto la Iglesia está comprometida con estas cuestiones.

d). El deber de hospitalidad (PP 67) por razones humanitarias, de asilo y refugio nos evita repetir aquel triste: “…y los suyos no le recibieron”  (Jn 1,11). Es la respuesta al “no os olvidéis de la hospitalidad” (Hebr 13,2). En otro caso, la sociedad acabaría en “guerra de los poderosos contra los débiles” (EV 12), y pasaría de ser una sociedad de convivientes a una sociedad de excluidos, rechazados y eliminados (EV 18). Se trata de ejercer “la cercanía que nos hace amigos”. Por eso, nuestros hermanos y hermanas de otros países deber ser recibidos “en cuanto personas” y “ayudados junto con sus familias a integrarse en la vida social” (CDSI 298, GS 66, OA 17, FC 77). Pío XII insistía en algo que hay que repetir hoy: los desplazamientos humanos no pueden subordinarse a cálculos políticos o a los prejuicios demográficos, ni a las disposiciones legales de la sociedad (cfr. Levate capita). La incorporación social y eclesial de los migrantes reclama que sean recibidos “en cuanto personas” y ayudados, junto con sus familias, a integrarse en la vida social. El estado de acogida debe favorecer la armónica integración (cfr. GS 66 y OA 17), facilitar la promoción profesional (OA 17, FC 77), el acceso a un alojamiento decente (OA 17), garantizar la protección jurídica de sus derechos, respetar su identidad cultural (FC 77), el trato igualitario con respecto a los nacionales (FC 77), permitir la posesión de la tierra necesaria para trabajar y vivir (FC 77) y vigilar el salario y las condiciones de trabajo (CA 15). Para ello, los sindicatos deberán ampliar su radio de acción a los emigrantes (CA 15). En la Iglesia y en la sociedad, los migrantes “tienen derecho a ser lo que son y especialmente a serlo entre nosotros[Pontificio Consejo Justicia y Paz, “La Iglesia ante el racismo. Para una sociedad más fraterna”, Ciudad del Vaticano 2001, 42]. En conclusión: “no existe el forastero para quien deba hacerse prójimo del necesitado” (EV 41c). Todo miembro de la Iglesia católica debe hacer suyas las palabras de Francisco: “Los migrantes me plantean un desafío particular por ser pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!» (EG 210). Si tenemos en cuenta que muchos refugiados sirios son musulmanes, no debemos olvidar que el mismo Papa Francisco dice que “los cristianos deberíamos acoger con afecto y respeto a los inmigrantes del islam que llegan a nuestros países, del mismo modo que esperamos y rogamos ser acogidos y respetados en los países de tradición islámica” (EG 253).

Los medios de comunicación tienen una especial responsabilidad en fomentar una cultura del encuentro, frente a la cultura de rechazo, desenmascarando estereotipos y ofreciendo información objetiva que facilite el paso de una actitud recelosa hacia otra facilitadora de la acogida (cfr. Francisco, “Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor” 2014).

e). La regulación de los flujos de personas y sus límites. En general “las autoridades deben admitir a los extranjeros”, pero no es un deber absoluto: puede ser limitado por el  país de acogida (PT 106), pero siempre desde el bien común de la entera familia humana. Su finalidad no es preservar un bienestar elitista de la sociedad de acogida, al modo del rico Epulón frente al pobre Lázaro (Lc 16, 19-31; RH 16, SRS 16-19), ni legitimar la sima planetaria, expresión del “imperialismo del dinero” (QA 109) y visibilizada en que el “lujo pulula junto a la miseria” (GS 9b, 63). Ciertamente, un día  los “pueblos del Sur juzgarán a los del Norte” (Juan Pablo II, homilía en el aeropuerto de Namao en Canadá, 17 de septiembre de 1984). En suma, el referente ético de la regulación de los flujos no pueden ser los intereses egoístas del país receptor, sino que se fundamenta en “criterios de equidad y de equilibrio” (CDSI 298) y no en imperativos electoralistas o economicistas [Cfr. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2001, 13]. Precisamos un sistema de acogida urgente y sostenible en el tiempo con respeto exquisito a los derechos humanos y evitando legislar atajos, evitando una política migratoria centrada en el control de flujos.

f). Los principios de subsidiariedad y solidaridad son bidireccionales. Reclaman que el Estado y los organismos supraestatales y organizaciones internacionales asuman la responsabilidad indelegable que les corresponde en la tutela de los derechos de las personas desplazadas, y promuevan las condiciones de su plena incorporación a la sociedad y salvaguardando la cohesión social. Al mismo tiempo, la Iglesia muestra su disposición a colaborar con las entidades públicas en la acogida e integración de las personas que lleguen, desde su propia identidad y posibilidades, y sumando fuerzas para el logro del bien común.

g). Se precisa la creación de una autoridad supraestatal que regule los flujos de movilidad humana. Debe evitarse que determinados países estén blindados y otros se vean desbordados por una presión migratoria superior a su capacidad. El bien común universal, los derechos humanos y sucesivos tratados internacionales han limitado el principio de absolutización de las fronteras (derecho de injerencia humanitaria, derecho de asistencia humanitaria, normas de protección internacional para refugiados, etc.). La política común de migración y asilo debe estar basada en la solidaridad con las personas migradas y refugiadas y no en la solidaridad interesada entre los estados. Será preciso establecer rutas seguras y, sobre todo, soluciones duraderas que garanticen la plena integración de los refugiados. Como afirmaba Benedicto XVI, “para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” (LS 175).

h). Finalmente, el principio orientador general vinculante es que: “Todo emigrante  posee derechos inalienables en cualquier situación” (CV 62). “El primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad” (CV 26) (cfr. GS 63).  Por eso, los desplazados “no pueden ser considerados como una mercancía o una mera fuerza laboral” (CV 62). A la postre, no podemos realizar nuestra identidad contra la de otros más débiles, sino junto con ellos. Ello exige huir tanto del asimilacionismo, que no respeta a la cultura de origen, como de la tentación de replegarnos en guetos que absoluticen las diferencias y obvien lo que nos debe vincular. El desafío es crear una sana interculturalidad que rechace lo que desiguale y respete lo que diferencia en un marco de continuo diálogo, siempre respetuoso con la cultura de los derechos humanos y la democracia como expresión de la voluntad popular (cfr. CDSI 16 y 442).

¡MANOS A LA OBRA!

“La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14). Nos toca comenzar ya a trabajar, ceñirnos el cinturón y ponernos en disposición de lavar los pies a los heridos de la vida. En la Iglesia nadie es extranjero. Las Iglesia no será jamás extranjera para ningún ser humano, decía san Juan Pablo II. Por eso, está llamada a “ser abogada de la justicia y defensora de los pobres” (DA 395). Nuestro objetivo debe ser que las personas que se acercan a nosotros, “se sientan como en su propia casa” (TMI 50).

Pablo VI después de mirar a la cara en directo al dolor y a la miseria, exclamó: ¡Es hora de actuar! ¡El momento es apremiante! ¡No podemos esperar! Haciendo míos esos sentimientos y esas palabras, confiado en la fuerza de Dios y en vuestra plegaria, os convoco a las siguientes directrices de acción:

1º. Se constituye la Mesa por la hospitalidad de la Iglesia en Madrid. Será el órgano encargado de coordinar la oferta de ayuda de las instituciones, familias y particulares ante este problema. Se reunirá con carácter urgente hoy mismo, presidida por mí.

2º. Sin perjuicio de las directrices que esta Mesa vaya dando a conocer, pido a todas las instancias de la Iglesia en Madrid, a sus parroquias, a los sacerdotes, a la vida religiosa,  a los movimientos, a los consagrados y consagradas, familias y fieles que disciernan evangélicamente qué actitudes profundas hemos de tener, evitar que se hagan guetos y ver qué inmuebles, recursos económicos, profesionales y humanos se pueden compartir y poner a disposición de la acogida de las personas que vengan. Todo ello sin olvidarnos de las distintas formas de pobreza que subsisten en nuestra archidiócesis y que están necesitadas de respuestas públicas de calidad. Hago literalmente mías las palabras del Papa ayer en el rezo del Ángelus cuando pedía que  “cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada monasterio, acoja a una familia de prófugos, comenzando por mi diócesis de Roma. […] Frente a la tragedia de decenas de miles de prófugos, que huyen de la muerte por la guerra y por el hambre, y están en camino hacia una esperanza de vida, el Evangelio nos llama, nos pide ser prójimos de los más pequeños y abandonados, darles una esperanza concreta, no solamente pedirles valor y paciencia”.

3º. Tenemos que hacer las cosas bien. Las personas que llegan merecen una atención integral y un itinerario de inclusión social que tiene que ser estudiado para satisfacer todas sus necesidades, incluyendo las espirituales y religiosas. Queremos ejercer la hospitalidad, no almacenar personas. La capacidad y los medios para una respuesta estructural corresponden a las autoridades públicas con las que colaboraremos desde nuestras posibilidades.

4º. Pido una respuesta solidaria, organizada y sin protagonismos ni descalificaciones. Que cada uno aporte lo que pueda y deba. Tendremos que hacer un esfuerzo de coordinación que nos vendrá muy bien para ser uno. Ojalá podamos desarrollar una respuesta como Iglesia en Madrid y esta unidad se traduzca también a otros campos pastorales. Sería un regalo de Dios para nuestra Iglesia a través de los refugiados.

5º. Los necesitados de última hora no compiten con los otros. Al contrario, nos obligan a revisar nuestras prácticas para mejorar la atención a aquellos y a estos. La política social de las distintas administraciones también se desafía: es preciso que, desde la atención a estos nuevos pobres, se articulen mejores respuestas para los antiguos y, sobre todo, se pongan en el centro de la acción política la lucha contra la exclusión y un modelo de desarrollo basado en la persona y en sus necesidades.

6º. No renunciemos a nuestra especificidad. Encontrarnos solidariamente con hombres y mujeres de otros credos nos ayudará a construir nuevos caminos para la paz y el diálogo interreligioso. Os animo a orar incesantemente por los perseguidos y a pedir luz y audacia al Señor para que sepamos ayudarlos. Perseverar en la gozosa experiencia de encuentro con Él en la plegaria y los sacramentos nos invitará a vivir con más intensidad su sueño sobre la humanidad y a disponernos con pasión a colaborar con Él.

Me gustaría que esta carta pastoral y su llamamiento llegasen no solo a nuestras comunidades cristianas, sino también a todos los hombres y mujeres de la archidiócesis con independencia de sus creencias religiosas. ¡Estoy  convencido de que lo que hagamos con las personas más vulnerables pone en juego nuestra propia dignidad como individuos y como sociedad!

Que el buen Dios nos ayude a todos a acertar, aquí y en el origen de estas tragedias.

Os quiere y os bendice,

+Carlos
Arzobispo de Madrid